lunes, 15 de junio de 2009

La Soberanía Alimentaria en mi Comunidad

En una tarde, cuando regresaba a mi comunidad, conocí a dos hombres que iban en la misma combi que yo, uno albañil y el otro chofer, ambos ex-campesinos. Estaban platicando el tema de alimentación de las familias campesinas. Uno de ellos mencionó la importancia del consumo de alimentos orgánicos como antes se producía en el campo, las verduras, puntas de chayote, elotes frescos, papas, etc. Además hablaban sobre la salud de sus familias diciendo que antes no se veía muchas de las enfermedades que ahora estamos viviendo, como la obesidad, la diabetes, los problemas del corazón, enfermedades metabólicas, infecciones muy seguidas en las y los niños. También comentaban que habían heredado de sus antepasados consejos muy sabios para trabajar y tratar la tierra. Desafortunadamente, admitían que los cambios sociales y económicos han presionado en contra de esta forma de trabajar el campo. Ellos mismos vieron como sus padres tuvieron que ceder, por varias razones, a la práctica indiscriminada los agroquímicos. Lo que en su momento se vendió como una idea muy buena y a la larga se dieron cuenta de que dicha práctica llevaba como consecuencia el empobrecimiento de la fertilidad de la tierra. Finalmente ellos han tenido que abandonar el trabajo en el campo y buscar otros oficios.

Me sorprendió como hablaban de esto con tristeza y reconociendo que estos cambios conlleva también la perdida paulatina de la sabiduría tradicional indígena.

Uno mencionaba “yo por los consejos de mis padres y abuelos, no ha dejado de sembrar, aun que sea un poquito” 

La historia de estos obreros muestra el futuro del campo en las comunidades de Chiapas y la pérdida de la soberanía alimentaria de los pueblos

Ambos saben que estos consejos se perderán con sus hijos y nietos. 

Yo soy de un pueblo originario de Chiapas, de una comunidad llamada Tzajalha, que significa “agua roja”, cuyo idioma es una mezcla entre tsotsil y tseltal,  Mi comunidad está a unos cuantos kilómetros al sur de San Cristóbal de las Casas.

He recibido algunas de las tradiciones y sabiduría de mis padres y abuelos, pero soy consciente que mi generación representa un cambio del pasado. Algunos de estos cambios para mí son buenos, como las mejoras de las comunicaciones, el acceso a algunas de las tecnologías, educación y más alternativas a la medicina. Yo estoy de acuerdo que se apliquen estas mejoras para el desarrollo de cualquier comunidad. Pero también soy consciente de que muchos de los cambios que se están produciendo no permiten un desarrollo social real, ni se hace con respeto a la sabiduría y formas de vida de los pueblos originarios.

Reconozco que muchos de los jóvenes nos dejamos impresionar fácilmente y adoptamos, sin ser totalmente consciente, formas de vida de otras culturas, desvalorizando la propia y  perdiendo así, nuestra identidad. Hoy en día, no queremos saber del campo porque no nos ofrece una alternativa.

El campo mexicano se abandona por diferentes razones, por un lado, la falta de valorización del campo y oportunidades de rescate a través de los jóvenes, por otro el uso indiscriminado de agroquímicos que lleva a la esterilización de la tierra en menos de cinco años, la producción regional ya no es rentable. También hay que mencionar que las políticas públicas para el campo apoyan más a las grandes productoras. Ante estas limitaciones, el campesino indígena recurre a la migración tanto territorial como de oficio. La única solución es buscar trabajo en las ciudades, o en caso extremo en los Estados Unidos.

Las comunidades de los pueblos originarios, han demostrado la capacidad de sobrevivir por más de diez mil años de cultivar la tierra[1]. Pero la fuente de abastecimiento de alimentos en los mercados tradicionales, disminuye cada año. Esto es debido a una globalización, que no sólo genera desocupación de la tierra, sino que también produce inmensos bolsones de exclusión social y pobreza. En los últimos diez años, los indicadores de desarrollo humano de los pueblos indígenas, reflejan los peores resultados en hambrunas, acceso a los servicios básicos, a las tecnologías de desarrollo, a la vivienda digna, a la educación y el derecho a una alimentación adecuada. A raíz de ello nos preguntamos ¿por qué no mejora nuestras condiciones de vida?

Las causas reales del hambre, la malnutrición y la pérdida de la soberanía alimentaria, no son efecto de la fatalidad, de un accidente, de un problema geográfico o de los fenómenos climatológicos. Son el resultado de haber excluido a millones de personas del acceso a recursos productivos tales como la tierra para cultivo, el bosque, el mar, el agua, las semillas, la tecnología y el conocimiento.  Hoy en día, estos problemas se deben a un sistema dirigido por las corporaciones transnacionales, los países desarrollados y sus aliados en el resto del mundo, en su afán de mantener y acrecentar su hegemonía política, económica, cultural y militar del actual proceso de la reestructuración del capitalismo.

Ante esto, me he dado cuenta de la importancia de defender la soberanía alimentaria porque no sólo garantiza la alimentación adecuada de las personas, también permite el control y gobierno de los pueblos sobre la producción y consumo de los alimentos, la defensa de la tierra y el fortalecimiento de las tradiciones, la unión y la organización comunitaria.

 El convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre el derecho de los pueblos indígenas, recalca la importancia en la defensa de la vida digna. En articulo 7 párrafo 1 menciona: 

 Los pueblos interesados deberán tener el derecho de decidir sus propias prioridades en la que atañe al proceso de desarrollo, en la medida en que éste afecte a sus vidas, creencias, instituciones y bienestar espiritual y a las tierras que ocupan o utilizan de alguna manera, y de controlar, en la medida de lo posible, su propio desarrollo económico, social y cultural. Además, dichos pueblos deberán participar en la formulación, aplicación y evaluación de los planes y programas de desarrollo nacional y regional susceptibles de afectarles directamente

El estado mexicano está obligado a respetar, garantizar, todas las medidas posibles para el desarrollo de los pueblos originarios, a través de programas, de recursos destinados para las comunidades y de proyectos enfocados al rescate, conservación de nuestros alimentos y formas de vida tradicionales y el acceso a las nuevas tecnologías para la mejora de este.

Soy un joven tsotsil que cree en la resiliencia de su pueblo y la defensa de la vida de digna de las comunidades originarias. Es nuestra tarea, la de los jóvenes, reflexionar  y fortalecer la soberanía alimentaria de los pueblos y no caer un consumismo improductivo que perjudique nuestro medio de vida tradicional.

Bartolo Pérez Collazo


[1] Kibeltik, “nuestras raíces”, Jan de Vos, CIESAS 2001

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